El mundo funciona en base a un sistema de contratos. En diferentes niveles que van desde una transacción menor (como la compra de un café de camino a la oficina) hasta una política de estado (como la obra pública) la forma de contratar impacta en la vida de la gente y, especialmente, en la forma de hacer negocios.
Un contrato es un acuerdo de voluntades entre dos o más partes, sean estás personas físicas o jurídicas. La legislación aplicable establece cuales son los requisitos esenciales, que un contrato debe tener, para ser válido. Aun cuando existen algunas diferencias entre los requisitos normativos, por lo general, se coincide en que un contrato debe tener:
- Consentimiento de las partes;
- Las partes deben tener capacidad legal para contratar;
- Objeto lícito; y
- Contraprestación.
Para algunos contratos determinados la legislación exige también que estos cumplan con una forma específica. La forma de un contrato es el modo en que este se documenta, como se plasman los términos que las partes acuerdan. Las legislaciones suelen coincidir en que ciertos contratos requieren formalidades que son esenciales para su validez (por ejemplo, los contratos inmobiliarios suelen requerir forma escrita y muchas veces notarización).
La tecnología que avanza a una velocidad vertiginosa ha impactado en la forma de hacer negocios y también en la forma de contratar. Sin embargo, la rigidez de los marcos normativos, la reticencia al riesgo y la educación legal tradicional hacen que la velocidad en la implementación de estas novedades disminuya. La ley cambia, los contratos cambian, pero siempre algunos pasos por detrás de la tecnología y los negocios.
La tecnología blockchain es un ejemplo de esta diferencia de velocidades que ha generado cambios disruptivos en muchas industrias. No hace falta adentrarse en la valoración de las criptomonedas. El avance tecnológico que nos brinda un registro público y descentralizado de datos ha revolucionado la forma de pensar muchos negocios.
En este contexto, donde la aplicación de tecnología blockchain continúa expandiendo sus fronteras, cabe preguntarse: ¿Qué es un smart contract? Un smart contract es otra forma de plasmar un acuerdo de voluntades. ¿Es un contrato? Sí, es un contrato que se representa por medio de un código informático autoejecutable en base a que se cumplan determinadas condiciones, que las partes realicen determinadas acciones, o que sucedan determinados hechos.
Los contratos representan límites, estructuras o reglas. Estos límites pueden escribirse en muchos idiomas y también en forma de un código informático que permita que se autoejecuten. Es decir, que si se cumplen determinadas condiciones se materialicen determinadas acciones. Si es X debe ser Y.
Analicemos un ejemplo básico. ¿Qué pasa si al comprar un ticket para viajar del lugar de origen A al destino B la empresa de transporte ofrece una compensación de 1 Euro por minuto de retraso a acreditarse de manera automática en la cuenta del pasajero que pagó el viaje? El tiempo de viaje de A a B es de 60 minutos, el transporte tenía que salir del punto de origen a las 10hs y llegar al destino a las 11hs. Sin embargo, por una demora en el comienzo del viaje, el transporte llega a destino a las 11.10hs de forma tal que automáticamente el pasajero recibe en su cuenta un ingreso de 10 Euros.
Si es X, si el transporte se demora, debe ser Y, se compensa al pasajero. Se trata de un ejemplo simple que no profundiza en analizar formas de pago, contabilización del tiempo ni factores externos que pueden haber generado la demora, pero que permite ver algunas ventajas de los smart contracts.
Las partes acuerdan cuales son los términos y condiciones que aplican, estableciendo que hechos o acciones deben suceder para que apliquen las consecuencias pactadas. Las cláusulas que establecen los términos de la relación contractual se escriben en un código informático que, al recibir información (notificación del horario de llegada del transporte), ejecuta lo estipulado (paga la compensación). El código permite que se autoejecute el contrato sin que intervengan terceros, y muchas veces sin que ni siquiera las partes tengan que hacer nada.
Esta forma de plasmar un contrato brinda algunos beneficios como: mayor velocidad, menor costo, transparencia y certeza (la forma de interpretar lo pactado es acordada previamente no dando lugar a subjetividades). Sin embargo, tratándose de una nueva forma de documentar contratos no podemos obviar que existen también ciertas desventajas relacionadas con la alta complejidad técnica y los potenciales riesgos de seguridad. A esto se le suma el contexto normativo que estando aún en desarrollo no ha creado un marco legal para su uso.
Las ventajas de esta tecnología no solo se evidencian en el impacto positivo que brinda en ciertas industrias, también ha dado lugar a la creación de nuevos modelos de negocios (finanzas descentralizadas, arte digital, entre otras). ¿Cuál es el límite? Posiblemente sea aquel marcado por la mejora funcional que se logre mediante esta tecnología y que tan receptivo es el mercado. No es cuestión de usar smart contracts por el solo hecho de utilizar algo novedoso. Su uso tiene sentido en la medida que el impacto positivo sea importante y beneficie a las empresas, o bien, a los consumidores.
Los beneficios y los riesgos de estos contratos están a la vista. Su uso continúa expandiéndose. Industrias como la logística, la financiera, la aseguradora y la inmobiliaria exploran la manera de mejorar la eficiencia de sus transacciones mediante el uso de smart contracts. Quedan aún muchas aplicaciones y funcionalidades que probar, pero cada día escucharemos más sobre esta forma de plasmar un contrato. Tal vez ya sea más útil aprender a interpretar un código informático que aprender un nuevo idioma.